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De cómo aprendí a delegar a las malas y liderar a las buenas

No se trataba de que ellos no supieran hacer su trabajo, yo no los dejaba hacerlo.

En el año 2012 comencé a trabajar en el mundo corporativo. Dejé los mahones (vaqueros) y los zapatos cómodos y me vestí de ejecutiva con patyhose (medias) para trabajar en un banco. Bueno, no era directamente en un banco, pero la compañía pertenecía a uno, por lo que la cultura de la empresa estaba muy atada a la del banco. Por primera vez en mi vida tenía objetivos que cumplir, más allá de cubrir y escribir dos o tres artículos al día o producir un programa de noticias. Ningún trabajo es mejor que otro, simplemente son escenarios diferentes, totalmente diferentes. Entonces, comencé a trabajar más y más horas. Tantas que a veces salía de la oficina a las 11:00 de la noche.

Al poco tiempo, los objetivos comenzaron a cambiar y no sólo era coordinar reuniones, escribir artículos y realizar reportes, teníamos que vender. Y aquí se me pusieron los huevos a peseta. Yo nunca había vendido ni los chocolates para recaudar fondos de la escuela (mi abuelo los compraba todos y mis primos y yo nos los comíamos). Entonces, mi jefe decidió contratar a más personas y por primera vez tuve personal a mi cargo. Contratamos a una persona encargada de vender y a otra para trabajar todo lo relacionado con contenidos. Tuve la oportunidad de entrevistar a los candidatos y aportar en su selección. Ambos eran buenos, ambos eran ambiciosos y ambos duraron pocos meses. 

La cosa es que esas primeras semanas yo me sentía perdida. ¿Qué debían hacer estas dos personas? ¿Cómo iban a ayudarme a cumplir mis objetivos? ¿Cuánto de mi trabajo debía darles? Comencé por el encargado de los contenidos. Era mi parte favorita del trabajo, pero con tanto sobre mi plato, era  a lo que menos tiempo le podía dedicar. El chico era un excelente periodista, pero redactar contenidos para la web de una empresa, no es hacer periodismo. Así es que cuando me entregaba los escritos, a los que les dedicaba muchas horas yo me quedaba otro montón de horas adaptándolas al formato y enfoque que debíamos seguir en la empresa.

Mientras tanto, el vendedor me acompañaba a las reuniones con los prospectos, recorrimos media isla presentando y promoviendo unos seminarios que ofrecíamos. Yo preparaba la presentación, los materiales, coordinaba la reunión y le repetía el discurso mientras conducía a lugar fijado. El asentía, dispuesto a aprender, y cada vez que abría la boca decía algo que yo tenía que rectificar después y luego se quedaba callado y no aportaba mucho más. Algo no estaba funcionando. 

Poco a poco me fui dando cuenta de que los errores eran míos. No se trataba de que ellos no supieran hacer su trabajo, yo no los dejaba hacerlo. Aquí te cuento lo que aprendí sobre delegar y liderar:

  1. Establece y discute los objetivos con la otra persona: En este proceso me di cuenta de que ellos no tenían del todo claro cuáles eran sus objetivos. Yo sabía los míos porque mi jefe me los había dado, pero no les había puesto los suyos que eran distintos a los míos. Entonces, me senté con cada uno establecimos juntos cinco objetivos que debía cumplir en tres meses. Esto les dio un sentido de responsabilidad que provocó un cambio en su actitud hacia el trabajo. Ya no tenían que hacer mi trabajo, tenían que hacer el suyo.
  2. Explica con claridad qué debe hacer la otra persona: Una vez tuvimos los objetivos claros, pasamos a las tareas que debían ejecutar para lograrlos. En este caso, decidí darles un espacio para que ellos me dijeran cuáles eran esas tareas y luego las discutimos, añadimos, quitamos y nos quedamos con una lista que era clara y estaba enfocada en lo que debían lograr. Cada semana revisábamos y modificábamos la lista de acuerdo con lo que había funcionado.
  3. Dale los recursos y el tiempo necesario para ejecutar: Con los objetivos y las tareas claras había que establecer tiempos. Los artículos debían estar listos más pronto y las reuniones debían concretarse con mayor frecuencia para lograr los objetivos. Además, les facilité todas las herramientas que necesitaban. Los contactos a los que debían llamar para consultas, guías y manuales de estilo y teníamos sesiones de brainstorming y discusiones para aclarar dudas. Estos tres primeros pasos toman tiempo, pero fueron esenciales para logar un cambio y para movernos en la dirección correcta.
  4. Entiende que se puede llegar al mismo resultado por otro camino: Ellos no eran yo, no eran una copia, ni un clon de mi persona. Por lo tanto, tenían su manera de hacer las cosas y era diferente a la mía. Esta parte, fue quizás la que más me costó. Tuve que soltar y dejarles hacer y entender que otras formas de trabajar son posibles y que pueden lograr los mismo resultados, o incluso mejores. Esto fue una guerra interna, pero yo había luchado en el pasado con una jefa que no me dejaba hacer las cosas a mi manera y que quería que pensara y escribiera como ella. Al recordar lo mucho que sufrí bajo su mando, me di cuenta de que tenía que soltar y dejarle a ellos trabajar a su estilo.
  5. Confía en las habilidades y destrezas de los demás: Mientras aprendía a dejarles hacer las cosas a su manera, también tenía que hacer un ejercicio de confianza. Yo había participado en su selección, yo había visto en ellos las capacidades para hacer lo que necesitábamos. Entonces, tenía que confiar. Al comenzar a hacerlo todos empezamos a estar más relajados y el trabajo comenzó a salir más fluido y yo comencé a salir de la oficina más temprano.

Finalmente comenzamos a engranar y cuando los resultados empezaban a florecer y los objetivos a cumplirse y yo a relajarme, ambos decidieron perseguir sus sueños. Sucede, que ambos buscaban otras cosas para sus carreras profesionales y, pues, al poco tiempo se fueron. Esto me dio otras lecciones, que son para otro artículo, pero te confieso que al principio me chocó. Pensaba que había hecho algo mal, y posiblemente hice muchas cosas mal, pero también aprendí que delegar era posible y liderar sin desgastarme también y que no todos quieren ser parte del mundo corporativo.