La responsabilidad sobre mis problemas es toda mía, aun cuando otros los causen
Desde 2003 he tenido muchos trabajos distintos en los que he aprendido sobre educación, banca, inmigración, hostelería, salud, política, asfalto y todo lo que el periodismo te pueda enseñar, que es mucho con demasiado. En ninguno de estos trabajos me he sentido completamente plena, satisfecha, cómoda. Por eso me he ido moviendo de trabajo en trabajo, con la excusa de crecer y evolucionar, pero en el fondo porque me sentía víctima de los demás.
¿El problema? Pues, que creía que los responsables de que las cosas no salieran como yo quería y de que lograra quedarme en un solo lugar eran los otros y no yo. Le echaba la culpa a mis jefes, a mis compañeros, a la economía, a la burocracia, a la vida, pero ¿a mi? Nunca. En mi defensa, si alguna, mi primer trabajo fue un paraíso. Uno de mis jefes de esa época ya lo advertía: “La vida real no es tan fácil”, recuerdo sus palabras como si me las acabara de decir.
Aprendí muchísimo en aquella emisora. Era un lugar donde podíamos explotar nuestra creatividad, mojonear por horas y sacar un buen trabajo a tiempo sin mucha presión. Y hasta nos ganábamos premios siendo aún unos pichones jugando a ser periodistas. Pero no tenía la más remota idea de lo que era salir al mundo y darme cuenta de que no siempre podría hacer las cosas a mi manera, de que no todos los jefes estarían interesados en ser líderes, ni todos los compañeros se convertirían en amigos de verdad.
Ahí empezaron las quejas, las frustraciones, el llanto, las renuncias. Por el lado positivo, siempre he logrado moverme a un lugar mejor que el anterior. Ya fuera porque ganaba más dinero o porque tenía más responsabilidades o un ambiente más agradable. La cosa es que tres añosmás o menos, me estaba moviendo a otro lugar porque para mí el trabajo se volvía insostenible. Hasta que llegó la pandemia y nos encerraron en casa.
Me encontré de nuevo comenzando el ciclo vicioso de la queja y echándole la culpa a los otros de que las cosas no salieran como yo quería. Me encontré buscándole fallos y defectos a los demás como si yo no los tuviera. Me encontré compartiendo mis ideas tóxicas con otros, pensando en que eso hacía algún bien. Y después de una decepción, mientras le escribía a un compañero del trabajo mi desahogo y veía esos tres puntitos saltarines que te dejan saber que del otro lado alguien está escribiendo, o pensando en lo que te va a contestar, me di cuenta de mi error. Lo estaba poniendo en una posición incómoda porque yo me sentía mal.
Mientras miraba mi pantalla y veía cómo pasaban los segundos y luego los minutos y esos puntitos saltarines seguían allí, supe que era yo la del problema. Era yo la que me estaba victimizando porque creía que yo debía tener la razón y los otros debían seguir mis pasos. Ni que fuera yo una gurú de la India, carajo. Me di cuenta de que todo era Yo, Yo, YO!!!
Te cuento ahora 5 lecciones que aprendí cuando dejé de echarle la culpa a los demás:
- En las cosas del trabajo NADA es personal: No te des tanta importancia, los demás no están pensando en tí cuando actúan. Están pensando en ellos. Todos pensamos en nosotros. Por eso te digo que no es personal, porque la gente no actúa en contra tuya por ser tú, la gente actúa a su favor para encontrarse en la mejor situación posible, sin importarles demasiado cómo se afecten los demás. Pero no pienses ni por un segundo que eso son los otros, tú también eres así, todos lo somos. Piénsalo.
- Antes de criticar evalúate: Es bien fácil ver cómo los otros cometen errores, pero recuerda que cuando tu índice apunta hacia el frente, tu pulgar te señala. Dale, haz la prueba. No falla. Antes de abrir la boca para hablar del error que otro cometió, piensa cuál fue tu responsabilidad en esa situación. ¿Dejaste de hacer algo que podría haber prevenido el error?
- Sólo puedes controlar tus reacciones: Lo que hagan o dejen de hacer los demás, ni lo que suceda en tu entorno lo vas a poder controlar. Sólo hay una cosa que puedes hacer y es decidir cómo vas a actuar en cada situación a la que te enfrentas. Teniendo esto claro, te puedes enfocar en ti, en tus respuestas y reacciones y hacer que trabajen a tu favor. Solo te tienes a ti, misma y tú.
- Trabaja para un SÍ y prepárate para un No: Organiza tu trabajo para que cuando tengas que pedir algo a tus supervisores te digan que sí, pero ten un plan por si te dicen que no. Puedes preguntar las razones, puedes buscar otras maneras de presentar tus propuestas y también puedes escoger tus batallas y enfocarte en otro proyecto y aceptar el no. Pero evita ponerte a la defensiva, eso solo hará el No más grande.
- Sentirse feliz es una decisión: Las circunstancias que estés enfrentando pueden hacerte sentir triste, molesta, frustrada, cansada o tantas cosas más. Sin embargo, la felicidad es una elección, una decisión que tomas cuando decides a qué cosas le vas a dar importancia y cuánta importancia le vas a dar. En el momento en que pones las cosas en balance, en que ajustas prioridades, en que miras con más perspectiva lo que estás pasando puedes decidir cómo actuar. Esas acciones son las que te llevarán a un estado de felicidad. Es tu decisión.
Estas son mis lecciones aprendidas y espero que te sirvan tanto como a mi. Si te son de utilidad, déjame un comentario en las redes sociales de @ApagandoFuegos en Facebook e Instagram o comparte este artículo con alguien que creas le puede ser de ayuda.
Dale, te espero.