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La oportunidad que me dio el COVID-19, Parte 2

https://ilianafuentes.com/la-oportunidad-que-me-dio-el-covid-19/El 1 de agosto de 2020 publiqué el primer artículo de mi blog con este mismo título. Y es que el Covid ha vuelto a darme una oportunidad, o quizás una lección. Hace tres años comencé con un sueño sencillo que me ha llevado por un camino con muchas curvas, cuestas, túneles oscuros y puentes colgantes, y que a la vez ha sido una de las experiencias más emocionantes y enriquecedoras de mi vida: Emprender mi propio negocio. 

Hoy estoy a un mes de renunciar a ese empleo al que hacía referencia en mi primer artículo, en el que decía que: “…me gusta mi trabajo, me tratan bien, me gusta lo que hago y en general a todos le gusta cómo trabajo”. Y sigue siendo así, sigo pensando que es el cielo de los trabajos porque durante cuatro años y medio me han respetado y valorado como profesional, como empleada, como persona, como mujer, simplemente como yo. 

Pero, este artículo no se trata de ese empleo. De eso te hablaré más adelante. Hoy quiero centrarme en la oportunidad que me volvió a dar el covid. Y es que mientras escribo estas líneas estoy confinada a mi habitación porque tengo covid y micoplasma (que es una especie de neumonía). Debo estar cinco días aislada y hoy es el tercero. Y mientras toda mi familia y amigos me repiten hasta la saciedad que descanse y me recupere, yo solo podía pensar en una cosa: ¿Porqué este fin de semana?

Empecé a sentirme mal el martes en la tarde. Sabía que algo no estaba bien dentro de mi, el escalofrío me subió por las piernas hasta la cabeza como un corrientazo frío y la cabeza me empezó a doler desde los ojos hacia el centro. Mientras reconocía esa sensación febril que recorría mi cuerpo, le decía a mi compañera de trabajo: “Esta semana no me puedo enfermar, es imposible”. Y le decía a mi cuerpa: “Escúchame bien, esta semana no te puedes enfermar. No tenemos tiempo para eso”.

Fue decirme esas palabras y mi garganta comenzó a arder, como si le estuviera hablando a una niña engreída que consigue todo lo que quiere, especialmente cuando le dicen que no lo va a tener. Mi cuerpo me estaba retando. Quise pensar que era cansancio mental y físico. Llevaba días sin parar y ese día en particular había creado muchos contenidos y estaba agotada. 

A la mañana siguiente, mi esposo se encargó de preparar a las niñas y llevarlas al colegio. Yo lo tomé con calma, me tomé los medicamentos que tenía en casa convencida de que sería un virus pasajero, como el de Daniela. A las 11:00 de la mañana tenía una grabación. No llegué más allá de las 3:00 de la tarde. La fiebre de vuelta. La voz más diminuta. El dolor en todo el cuerpo como si un camión de 500 toneladas me hubiera atropellado. Desistí de la idea de grabar el voice over y me fui a casa. La sensación fue a peor y yo seguía insistiendo en que no me podía enfermar. Tenía muchos planes entre viernes y domingo y no me quería perder ninguno. Esto se me pasaría antes del viernes. Eso me repetía una y otra vez. 

La noche del miércoles fue peor. La congestión nasal llegó a tal nivel que no podía respirar por la nariz y con el dolor de garganta se me hacía dificil respirar por la boca también. El dolor del cuerpo se agudizó y la fiebre no bajaba. Llamé a mi esposo con el poco aliento que me quedaba. Sollozaba diciendo que no podía respirar. Estaba teniendo un ataque de pánico. Mi esposo se dio cuenta y encontró las palabras adecuadas para calmarme. Se dio cuenta que mi desesperación no era por tener la nariz tapada, si no porque mi mente no podía aceptar que estuviera tan enferma como para tener que cancelar todos los planes que tenía para los próximos días. Tenía dos luchas internas: la de mi cuerpo contra el covid y el micoplasma y la de mi mente contra la realidad apabullante que tenía frente a mi.

Y ganó la enfermedad. “¿Porqué, porqué, porqué”? Lloraba y gritaba como una niña de dos años a la que le quitan su juguete favorito. No podía ser. Decidí ir al médico a la mañana siguiente. Tenía el cuadro completo, era para verlo a mil pies de distancia, pero el doctor y yo necesitábamos que el papel lo dijera. Ya me había hecho una prueba casera el día anterior y salió negativa, pero mis síntomas eran de diccionario o de la enciclopedia del covid, mejor dicho, pero agrandados por el mycoplasma. Después de varias horas de espera y de seguir sintiéndome como mierda física y mentalmente, llegaron los resultados. 

Ahí estaba fuerte y claro el resultado que derrumbó todas mis esperanzas para el fin de semana. Positivo Covid Sars 2, Reactivo a mycoplasma neumonae, los neutrofilos por el cielo y los linfocitos por el suelo. Se acabó la lucha, llegó la resignación con coraje, con mucho coraje.

¿Cómo era posible que me pasara esto justo esta semana? ¿Qué lección tenía que aprender de todo esto? Tenía que comenzar las terapias para ayudar a mis cervicales herniadas. Tenía que madrugar para trabajar en el Lola Challenge, los tres días del evento. Tenía entradas VIP para una convención en la que conocería en persona a una de mis mentoras, mientras compartía la experiencia con una amiga emprendedora. Tenía una cena/encuentro con mis amigas de high school. Tenía el cumpleaños del hijo de uno de nuestros mejores amigos. Tenía el cumpleaños de mi tía y un almuerzo en familia, que no hemos tenido en varios meses. Tenía una invitación para ir a ver a Ricky Martin en concierto con una de mis mejores amigas. Tenía tantas ganas de hacer cada una de esas cosas. 

Ufff, respira y confía. Me decía, todavía es jueves. Pero también tenía que esperar a hablar con el doctor el viernes, así que eso automáticamente cancelaba la mitad de las actividades de ese día, en especial esa convención a la que tenía tanta ilusión de asistir. Me resigné y esperé la llamada del doctor. A las 9:00 de la mañana mientras comenzaba la conferencia magistral de mi evento soñado, llamó mi doctor. Boom. Confinada hasta el lunes. Se acabaron de sopetón las pocas esperanzas que me quedaban para el resto del fin de semana. Entonces, empecé a preguntarme: ¿qué tengo que aprender de esta situación?

Una de las cosas más importantes que he aprendido en el último año es que las situaciones que vivimos no suceden contra nosotras o para torturarnos. Ni el universo, ni Dios, ni ningún ser superior en el que podamos creer está en contra de nosotras. Todo lo que nos pasa está matizado por la forma en la que nos lo contamos, por la lección que decidimos aprender de cada situación, eso que decidimos sacar, con lo que decidimos quedarnos. Yo no quería quedarme como la pobrecita que no pudo hacer todo lo que quería. Yo no quería sentirme como una víctima del covid que no puede hacer nada para cambiar o mejorar su situación. Yo necesitaba que hubiera una lección más grande, algo que me indicara que todo esto sucedió por algo mejor. Así es que al despertar el domingo, mientras hacía los estiramientos que me mandó la fisiatra para mi cuello, pensé: puedo estar molesta por una situación que no puedo cambiar o puedo intentar entender qué debo aprender de esta situación

Si solo eso hiciera falta para encontrar las respuestas que una quiere… Las respuestas no llegaban a mi. Ese día  me levanté con más fuerza y un poco harta de estar en la cama. Después de 3 días mis caderas ardían y mi cuello chillaba. Cuando mi esposo y las niñas se fueron al cumpleaños que teníamos, me animé a salir del cuarto con mascarilla en la cara, guantes en los dedos y Lysol en mano. La frustración me dio fuerzas para limpiar la cocina y prepararme el almuerzo. Seguía sin entender la lección de todo esto. Me sentía miserable.

Horas después, limpié el cuarto lo mejor que mi respiración me permitió porque me quedaba sin aire cada 2 minutos. Seguía sin percibir nada que me indicara la lección que debía aprender. Empezaba a desesperarme. Tiene que haber una lección. No puede ser un capricho del destino. Elijo no creermelo, pero necesito una lección. Otra vez, la niña caprichosa peleando dentro de mi. Seguía sin mi lección.

Al caer la tarde y sentir mi piel grasienta por el sudor de la fiebre mezclado con el vicks vaporub y la falta de un buen baño en varios días, decidí meterme a la ducha. Prendí el agua caliente, eché mis sales de lavanda y comencé a pasarme el scrub de eucalipto y menta, por aquello de seguir abriendo las fosas nasales. Ahí, bajo el agua de la ducha mientras intentaba captar alguno de los olores que convivían en mi baño (creo que sigo sin olfato), llegó como una epifanía. La lección que llevaba todo el día esperando se formó como una idea brillante en mi cabeza. Todo se hizo más claro. Todo tuvo sentido.

Dentro de un mes dejaré de ser empleada. Dentro de un mes seré 100% mi propia jefa. Yo tomaré las decisiones. Yo tendré el control de mi tiempo. Yo tendré que aprender a perderme convenciones, cumpleaños, cenas, almuerzos y encuentros para hacer crecer mi negocio y estabilizarlo. Esto es algo que llevo tiempo escuchando de una de mis mentoras. Y siempre pensaba, “bueno, hay tiempo para todo”. Pero controlar mi tiempo requiere establecer prioridades y hay algunas prioridades que he estado ignorando y que según se acerca la fecha de mi renuncia debo tener atendidas.

Me he estado preparando por tres años para este momento. He sido consistente, he cambiado las cosas cuando no funcionaban, he probado cosas nuevas y me he quedado con las enseñanzas de todo. Sin embargo, a un mes  de mi renuncia, no tengo realmente un plan para hacer crecer mi negocio más allá de un contrato y varias promesas de ayudas de conocidos. No tengo un plan real y ando por ahí celebrando que voy a renunciar en un mes y no he dedicado el tiempo para pensar, diseñar y planificar cómo será mi vida después de este mes. 

Ninguna de las actividades que tenía este fin de semana me iban a ayudar o  a dejar el tiempo para pensar, diseñar y planificar lo que haré cuando termine este mes. Si no me hubiera enfermado, habría disfrutado todo lo que tenía en planes para este fin de semana, habría soñado con mi futura vida como empresaria y habría compartido mi sueño con muchas personas, peor no habría tomado ni una sola acción para darle forma y estructura a ese sueño. Y lo peor es que cuatro semanas pasan volando y ya están llenas de un montón de eventos, compromisos y actividades que van a ocupar mis días y a limitar el tiempo para dedicarlo a lo importante. ¿Cuáles son mis prioridades, entonces?

Esto es un ensayo. El universo, Dios, el ser superior en el que quieras creer, o en este caso el covid me ha dado la oportunidad de parar todo lo que quería hacer para que pudiera ver todo lo que podría hacer para lograr la vida que realmente quiero construir. Después de todo, las convenciones se volverán a hacer, los cumpleaños, encuentros y conciertos volverán a suceder y yo podré elegir a cuáles ir y a cuáles no. Mientras tanto, toca construir la vida de mis sueños. Así que aquí vamos, manos a la obra.