Dentro de 31 días podré decir que soy empresaria a tiempo completo. Mientras tanto, tengo que hacer malabares para compaginar mi vida como empleada, con mi vida como empresaria. Esto sin contar con el resto de mi vida en la que soy madre, esposa, hija, prima, sobrina, amiga, vecina y… ya me entiendes.
Por lo regular, mi trabajo me ocupa entre las 8:00 de la mañana y las 6:00 de la tarde más o menos. Y desde hace tres años juego con horarios entre las 7 de la tarde y las 5 de la mañana para trabajar en mi negocio. Y hasta ahora, con sus altas y bajas, he logrado mantener una estricta separación entre ambos.
Solo que hay días, como hoy, en los que el trabajo como empleada se extiende y me coincide con compromisos previos del negocio. Ahí es donde se me ponen los huevos a peseta. Intento que sea la menor cantidad de veces y cuando mi empleo, que es mi principal proveedor económico, me exige horarios más allá de lo habitual cancelo todo lo del negocio.
Sin embargo, hoy fue un día muy particular. Llevo dos meses coordinando y apoyando el lanzamiento del curso estrella de una de mis clientas. Diseñamos un plan de contenidos, le trabajé una estrategia de email marketing, le creé contenidos para sus redes y la asesoré sobre expectativas, estrategias y tácticas para el momento de su lanzamiento. Este tipo de servicio me encanta porque crecemos juntas y mejoramos juntas.
Pues hoy era el día del lanzamiento y, aunque sabía que se me haría complicado, esperaba poder estar más presente para apoyar en cualquier asunto técnico que pudiera surgir. Sin embargo, un proyecto superimportante del trabajo me mantuvo ocupada justo en el momento en el que sucedía el lanzamiento y no pude llegar a tiempo para ayudar con ciertos problemas técnicos.
En el momento pensé: “esto ya no me vuelve a pasar. Esta es una de esas situaciones que no volveré a vivir”. Sentí mi risa de villana soltar una carcajada en mi interior. Pero eso me duró medio segundo porque enseguida me di cuenta del error de mi pensamiento.
¿Quién me dice que como empresaria no se me van a juntar dos proyectos muy importantes y tendré que escoger cuál atender? ¿Quién me dice que no estaré trabajando con alguna clienta hasta las 3:00 de la mañana para completar algo? Claro que estas situaciones van a pasar, posiblemente serán más frecuentes que ahora y eso está bien.
Soy yo la que tendré que organizar mi agenda para minimizar la posibilidad de que se me solapen proyectos. Soy y yo la que tendrá que tomar decisiones difíciles y decir: esto sí, esto luego y esto no va. Soy yo la que tendrá que asumir la responsabilidad cuando las cosas no vayan tan bien como se esperaba.
Y aunque siempre es más cómodo culpar a los jefes o a los compañeros de trabajo por los infortunios laborales, siento que es muy satisfactorio asumir la responsabilidad una misma. No es lo mismo decir: “eso falló por la decisión que tomó Fulanito”, que asumir: “eso falló por la decisión que tomé yo”. Asumir la responsabilidad cuando las cosas salen bien y cuando salen mal es lo que me demuestra que soy una empresaria.